El otro día me estaba tomando un café mientras observaba a mi vecina por la ventana (venga ya, ¿quién no lo hace?). Mi atención se fue a la persona que la vino a recoger.
¿Y sabes qué? que no era ni Javier ni Manuel, las anteriores parejas de ella que ya conocía. Hasta aquí todo en orden, hasta que se saludaron de manera efusiva y muuuuuy cariñosa, ya me entiendes…
A la semana siguiente, me la encontré y quedamos para hacer un café. A nosotras nos gusta ponernos al día de tanto en tanto. Y claro, el tema de las parejas siempre acaba saliendo jejeje.
Me contó que con Javier la cosa no estaba yendo muy bien y que a los 6 meses lo dejaron porque conoció a Manuel que era más el prototipo de hombre que estaba buscando. Con el paso de los meses, se dio cuenta de que le gustaba un compañero recién llegado a su oficina llamado Miguel con quien tenía mucho feeling. Tras una infidelidad por su parte, zanjó su relación con Manuel y decidió apostar por su nuevo amor Miguel.
En ese momento, a medida que la escuchaba explicar su historia, observé como la contaba con ilusión y alegría. Mientras tanto, en mi cabeza no me paraba de venir una imagen constante: Un “mono” saltando de rama en rama en un bosque. Lo que actualmente llamo en terapia “efecto monkey“.
En ese momento le solté sin filtrar: “¿de qué estás huyendo María?, ¿qué buscas con tantas ansias?”. Deberías haber visto su cara, se quedó en shock. Empezó a coger una tonalidad blanca y se hizo un silencio de los grandes. Sí, de esos que pueden generar algo de incomodidad pero que si les dejas el espacio necesario traen grandes reflexiones.
Al cabo de un par de minutos me contestó: “¡Es que no quiero perder el tiempo ni dejar escapar el tren!”
Ante eso yo le respondí: “¿perder el tiempo?, si justamente es lo que estás haciendo. Vas sin saber hacia qué dirección, de los brazos de un hombre a otro hombre. No hay descanso ni para que puedas tomar aliento y revisar eso que estás sintiendo. Pregúntate qué hay detrás de esas incontrolables ganas de conocer a otro. Vas sin rumbo creyendo que vas con un rumbo, curioso.”
Y entonces ella me miró fijamente y pude sentir como algo en su interior ocurrió. Le dije que mejor me iba para que ella pudiera acabar de conectar con aquello que se le había despertado y que si en algún momento me necesitaba ya sabía dónde encontrarme.
Me fui pensativa y reflexionando con qué facilidad nos engañamos y nos conectamos con esa falsa felicidad con la que nos identificamos. ¡Y lo que nos cuesta asumir que nos autoengañamos!
Esa misma noche, recibí un mensaje de María: “Me he dado cuenta de que no sé ni lo que quiero, pero que no quiero estar sola. Mireia, con cualquier persona que pasa por mi lado y me hace sentir un poco bien me dejo llevar. Me he quedado tocada y triste.”